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Viajar barato en avión sale caro

Viajes avión

Las vacaciones de verano se acercan, se vislumbran en el horizonte. Unas de las fechas más deseadas de los últimos años debido al parón que supuso la pandemia a nuestros planes turísticos el año pasado y que promete reflotar en una cierta medida a los sectores más castigados en nuestro país.

La apertura de fronteras y el certificado COVID suponen la flexibilización de unas restricciones que empezamos a superar con cierto alivio. La reanudación de las agendas de viaje es otro paso para la esperanza de poder volver a la normalidad de la forma más segura, aunque a veces preferimos primar lo rápido y barato a la hora de organizar nuestras vacaciones.

El coste ecológico de los viajes ‘low cost’

La responsabilidad de las empresas por el impacto climático tiene que ver en gran medida, con la conciencia que los usuarios tengan sobre los productos que consumen. Si hablamos de los viajes, en el sector de la aviación este hecho en concreto toma mayor sentido si nos referimos a viajeros con mayor o menor poder adquisitivo, generalmente en el plano internacional.

En el momento en que nos encontramos, la prioridad de los turistas y viajeros que cogen un avión es hacerlo de la forma más segura. Aunque no por ello deja de ser atractiva la idea de adquirir billetes de bajo coste, en las llamadas compañías ‘low cost’ que ofertan viajes a los destinos más solicitados.

Para tener un dato de referencia, hay que tener en cuenta que sólo entre un 5 y un 10% de la población mundial viaja en avión al menos una vez al año, según las últimas estadísticas de la ONG británica Possible. Un análisis que a consecuencia de la pandemia se ha reducido a la baja en los 26 países con las mayores emisiones derivadas de este sector, que prefieren viajes cortos y baratos.

España se encuentra entre ellos. Con el turismo de nuevo en marcha en nuestro país, la demanda de vuelos vuelve a despegar, nunca mejor dicho, en parte gracias a estas ofertas que comportan junto a su sector, el 2% de las emisiones globales de efecto invernadero, según la ONU.

Los últimos datos registrados antes de la pandemia por Turespaña hablan de más de 53 millones de viajeros en España que en 2019 optaron por las compañías de bajo coste. Un 6,4% más respecto al año anterior, que supuso cerca del 60% del tráfico aéreo total.

La difícil descarbonización de la aviación

El sector aéreo es una industria altamente contaminante y especialmente difícil de descarbonizar. Ante la demanda creciente de este tipo de vuelos, algunos países se han planteado limitar los viajes en avión de sus ciudadanos a través de impuestos que aumenten el precio de los billetes según la contaminación expuesta.

Por ejemplo, en Suecia se aplica desde 2008 una tasa sobre la aviación que oscila entre los 6 y los 40 euros en función de la distancia recorrida en cada vuelo. Es un paso que se debe ajustar dependiendo del tipo de viajero, según señalan los expertos, ya que para reducir la huella de carbono de los aviones se debe conocer primero el perfil del viajero habitual.

Según este estudio, en España sólo el 23% de la población coge al menos un vuelo al año, algo que se explica por la diferencia entre las rentas. Un 50% de la población española nunca ha estado en el extranjero, lo que da luz sobre las desigualdades que existen en nuestro territorio en comparación con otros países, al menos en lo referido a la distancia recorrida de los viajes.

En contraposición, Estados Unidos es el país con mayor huella de carbono por la aviación, en el que dos tercios (66%) de los viajes en avión se atribuyen a sólo un 12% de los estadounidenses. Un parámetro que se repite en la mayoría de países ricos, donde una pequeña minoría de viajeros frecuentes se lleva la mayor parte de los vuelos.

Además de CO2, los aviones contaminan con Óxido de Nitrógeno (NOx), que crea ozono, otro gas importante de efecto invernadero. Como la emisión de NOx de los aviones es a grandes alturas, la concentración de ozono que se produce es mucho mayor que si se hiciera desde tierra, lo que agrava sus efectos.

Desigualdad ecológica

Al final, los beneficios de los estilos de vida con altas emisiones de carbono, sólo los disfrutan unos pocos. Es un ejemplo más de hasta dónde llega la desigualdad de clases cuando hablamos de sectores estratégicos como la aviación.

Aunque es cierto que hay personas que necesitan volar a menudo por trabajo, las cifras demuestran que la gran mayoría de los vuelos no se toman por negocios sino por placer. El debate ahora reside en si los impuestos ayudarían realmente al medio ambiente o evidenciarían los vuelos frecuentes como el hábito de lujo que es.

Por su parte, las organizaciones ecologistas piden limitar la capacidad de viajar en avión y rebajar de la forma más justa, la demanda de vuelos. A corto plazo, puede ser la mejor solución para hacer frente a una tecnología que avanza con lentitud en base a los parámetros ecológicos que el mundo quiere establecer, mientras el tráfico aéreo sigue creciendo.