Si 2022 era el año de la recuperación, con media temporada a las espaldas, podemos definir por ahora, como un intento fallido, el reto de superar la crisis económica que nos ha dejado la pandemia que aún nos acompaña.
Pese al optimismo generado por la mejora de las restricciones, la guerra en Ucrania ha propiciado un nuevo campo de minas de moral a quienes subrayaban un contexto generalizado de impulso a los negocios.
La disrupción de las cadenas de suministros mundiales y el encarecimiento de las materias primas ha acentuado, en este sentido, el alza de una inflación cuyos registros muchos de nosotros ni hemos llegado a conocer.
¿Cómo han cambiado las perspectivas de las empresas?
La toma de decisiones a nivel directivo ha marcado el punto de inflexión de una crisis global que ha ido cambiando precipitadamente por varios derroteros. Las empresas han modificado sus planes estratégicos, apoyados en una transformación que ya no tiene vuelta de hoja.
Si nos apoyamos en el informe recientemente elaborado por KPMG en colaboración con CEOE: Perspectivas España 2022, se vislumbra un claro empeoramiento de las previsiones a 12 meses vista de la situación económica del país.
Según las respuestas de los directivos españoles en dos sondeos celebrados antes y después de que comenzara la ofensiva rusa en suelo europeo, el porcentaje que preveía que la economía española iría a mejor o mucho mejor se ha reducido significativamente, pasando del 43% al 21%, mientras que los que anticipaban que evolucionará a peor se ha incrementado hasta un 45%.
Y es que las empresas tienen ahora que gestionar los riesgos que implica a corto plazo el terremoto causado por la inflación en sus negocios. Por ejemplo, tres de cada cuatro encuestados en el informe sitúan este hecho principal entre las principales amenazas para la economía española de cara a los próximos 12 meses.
Tanto la volatilidad de los precios como el riesgo de demanda son de siempre considerados como algunos de los principales riesgos para el negocio. Una serie de amenazas a las que se requiere hacer frente con retos inmediatos.
Por otro lado, igual de importante es no perder de vista lo conseguido y consolidar los avances realizados en ámbitos como la digitalización y la sostenibilidad. De hecho, existe un positivismo generalizado a un año vista, con el 77% de los encuestados confiados en incrementar su facturación.
La previsión a corto plazo es sintomática al respecto, ya que el 60% de las empresas invertirá más en el conjunto del año y un 46% aumentará su plantilla mientras un 43% la mantendrá. Un hecho más realista propio de un tiempo de prosperidad económica que pone de relieve la importancia de los procesos de transformación para lograr cumplir estas expectativas.
La digitalización ya es una oportunidad
Incentivada en la necesidad estructural de las compañías desde hace años como un reto de futuro, la transformación digital se ha ido convirtiendo en una necesidad palpable que está al alcance de quien la quiera implementar.
No sin tener claro cómo optimizar los procesos para ser lo más competitivo posible. Y es que la digitalización ha avanzado a un ritmo mayor del esperado en los dos últimos años, lo que ha provocado que los plazos marcados para un futuro cercano estén ya cumplidos en el presente.
Por ello, los más de 1.100 directivos y empresarios consultados en la encuesta de primeros de año ya otorgaban una nota media de 6,6 al nivel de adaptación digital de sus empresas, una décima menos que en 2021, por el boom que supuso en los trabajos en remoto los meses más duros de pandemia.
Un trabajo más flexible que nos ha acompañado más que nunca y que ha vuelto a poner el foco en las personas, en su trabajo multidisciplinar dentro de las estrategias de las compañías donde cada empleado es importante, independientemente de la concepción que tiene la presencialidad.
Concretamente, la digitalización, la mejora de procesos y la sostenibilidad son los ejes en torno a los que se está articulando esta transformación, en la que las protagonistas indiscutibles son los propios profesionales. Conscientes de que sus capacidades y habilidades son su principal valor diferencial. Por ello, las organizaciones sitúan, hoy más que nunca, el talento en el centro de sus agendas.